miércoles, 21 de junio de 2017

BENJAMÍN BALBOA LÓPEZ, EL PRIMER HÉROE DE LA II REPÚBLICA.





La actuación de Benjamín Balboa frente a los golpistas sublevados fue decisiva para conseguir que las unidades de la Flota permaneciesen del lado de la República. De no haber sido así la guerra habría durado pocas semanas. Sus valores como persona y militar, junto con su absoluta lealtad a la República, fueron decisivos.

Benjamín Balboa (sentado)
Imagen: Mundo Gráfico/Estampa
(1) Benjamín Balboa López nace en Boimorto (La Coruña), el 18 de marzo de 1901, hijo de un maestro de la República.  Oficial de 3ª clase (asimilado a alférez) del Cuerpo Auxiliar de Radiotelegrafistas de la Armada. Al producirse la sublevación militar del 18 de julio de 1936 desempeñó un importantisimo papel en el desarrollo de los acontecimientos que tuvieron lugar en el centro de comunicaciones que la Armada tenía instalado en la Ciudad Lineal de Madrid desde la cual, mediante TSH (2) y utilizando el sistema Morse, se establecían todas las comunicaciones con las bases navales y los buques de la Flota. Aunque existen diversas versiones sobre como se produjeron tales hechos, parece fuera de toda duda que Balboa, sobre las 6,30 horas de la mañana del 18 de julio, captó un mensaje del general Franco transmitido desde Tenerife y dirigido al jefe de la Circunscripción Oriental de África (Melilla), que decía:



Gloria al heroico Ejercito de África. España sobre todo. Recibid el saludo entusiasta de estas guarniciones, que se unen a vosotros y demás compañeros Península en estos momentos históricos. Fe ciega en el triunfo. Viva España con honor. General Franco.
Momentos después volvió a detectar otro radiograma con el mismo texto e idéntica firma, dirigido a los generales jefe de la 1ª, 2ª, 3ª, 4ª, 5ª, 6ª, 7ª y 8ª División Orgánica en Madrid, Sevilla, Valencia, Barcelona, Zaragoza, Burgos, Valladolid y La Coruña: al comandante militar de Baleares, al general jefe de la División de Caballería, en Madrid; al jefe de la circunscripción de Ceuta y Larache; al jefe de las fuerzas militares de Marruecos y a los almirantes jefes de las bases navales de Ferrol, Cadiz y Cartagena. Todavía captó otro mensaje, transmitido desde la base naval de Cartagena, que terminaba con la orden de "cursése a las guarniciones" y que aumento aún más sus sospechas. La indignación que le produce en hecho en si - escribe Daniel Sueiro en La Flota es Roja - se acrecienta en Balboa ante la descarada pretensión de los sublevados de servirse de ellos y utilizar nada menos que la vía oficial para propagar el alzamiento y levantar a los cuarteles y demás dependencias militares de Madrid y, sobre todo, le duele que sea un compañero el que, desde la estación de radio de Cartagena esté dando curso a tales mensajes.

Obedeciendo al primer impulso, con el texto de la circular de Franco garrapateado en una hoja que sostiene nerviosamente en la mano, pulsa el entrecortado reproche que quiere hacer llegar al radiotelegrafista de Cartagena:
...no hagas eso compañero...no transmitas esa circular...no te das cuenta de que es un acto de subversión 
la respuesta quiere ser una justificación y es una llamada angustiosa por parte del auxiliar de radio, Albiol,  que Balboa sabe captar: estaba cumpliendo órdenes superiores, de jefes que en ese momento le rodeaban en la misma estación de radio. Y la circular no solamente había sido transmitida ya a Madrid sino también a la base de Mahón. Sin perder más tiempo Benjamín Balboa corre a uno de los teléfonos cuidándose de no utilizar el que estaba conectado con el domicilio del jefe de la Estación, el capitán de corbeta Cástor Ibáñez Aldecoa, sin duda al pie del aparato en sus habitaciones, a la espera de aquella noticia. Saltándose así a su jefe inmediato, por las buenas razones que tiene para hacerlo, se pone al habla con el jefe de la secretaría del Ministerio de Marina, el teniente de navío Prado Mendizabal, al que lee por teléfono el texto lanzado por Franco. Prado copia rápidamente las palabras que Balboa le dicta y antes de colgar y pasárselas a su ministro, Giral, le indica al radiotelegrafista que, por su parte, pase a limpio la circular y se la envíe con toda urgencia y en sobre cerrado y personal al ministro de la Guerra y presidente del Consejo, Casares Quiroga... Y en ese momento es cuando aparece el jefe del servicio, capitán Ibáñez Aldecoa. Al darse cuenta de que el esperado mensaje de Franco, en lugar de ser transmitido a las guarniciones, para que se sumen al alzamiento, como estaba previsto por la conspiración, iba ser enviado al ministro o al jefe del Gobierno se apoderó bruscamente de él, arrebatándolo de las manos del funcionario, reclamando la vía jerárquica del Jefe del Estado Mayor de la Armada, vicealmirante Salas, como primer destinatario natural y obligado del mismo. Mientras se dirigía a la cabina telefónica de la misma estación no ahorró palabras de desprecio y de amenaza por las conducta del auxiliar Balboa. Con el almirante Salas sostuvo una eufórica y alborozada conversación en alta voz, después de la entusiasmada transmisión de la circular de Franco, manteniendo ostensiblemente abierta la puerta de la cabina, como para contagiar a las fuerzas de custodia y demás presentes de su propia alegría.

El capitán y jefe del centro hizo hincapié, antes de atravesar los cien metros de jardín que le separaban de su vivienda privada, de que desde ese momento era aún más rigurosa la orden dada por él acerca de la utilización exclusiva del teléfono conectado con su casa, con la prohibición consiguiente de utilizar los otros dos teléfonos. Y ese teléfono que Ibáñez Aldecoa quería que le sirviera para enterarse de lo que hablaban subordinados suyos en los que no confiaba, sirvió también a éstos, que por lo demás mantenían hacia su jefe una actitud equivalente y opuesta, para escuchar algo de lo que él mismo decía en tal momento. Así fue como el mismo Balboa pudo oír la conversación personal que, a renglón seguido, mantuvo Ibáñez Aldecoa con su jefe el vicealmirante Javier de Salas. Quería éste que el mensaje de Franco se hiciere llegar, por los medios que fuera, a todas las guarniciones. Y replicaba Aldecoa: Hazlo tú. Y un nuevo apremio por la otra parte. Ibáñez Aldecoa confiesa: Es que tengo aquí un hueso... En un momento dado Ibáñez Aldecoa se decide a intentar transmitir la llamada de Franco a las guarniciones, de acuerdo con los deseos de Salas y siguiendo, sin duda, los planes trazados con anterioridad.

Ya es de día cuando atraviesa de nuevo el jardín y llega a la puerta del gabinete telegráfico . Allí le sale al encuentro Benjamín Balboa, que seguramente le está esperando. El capitán de corbeta quiere hacer valer su autoridad y le indica al auxiliar que se considere arrestado.
Usted -le grita- está contraviniendo mis órdenes. Retírese como arrestado a su habitación. Y a partir de este momento le prohíbo que entre en la sala de aparatos. 
 Balboa reacciona con energía y con ira le replica:
No acato esa orden. Tengo una misión que cumplir y la cumpliré. cueste lo que cueste y pese a quién pese. Estoy aquí para defender a la República contra aquellos que, como usted sabe, la traicionan. Y desde este momento es usted, no yo, quién tiene prohibida la entrada en el local.
El auxiliar de radio apunta al capitán Aldecoa con su pistola, una Luger 22, de nueve tiros, más uno en la recámara, con el cargador completo. Allí mismo lo detiene y lo encierra en sus habitaciones. No salga usted de su casa, le advierte antes de retirarse, Si lo intenta se hará fuego contra usted. De esta forma se hizo dueño de la situación, y el Gobierno de la República no perdió el contacto con las bases navales ni con la mayoría de los barcos que componían la escuadra, impidiendo, entre otras cosas, el paso del estrecho de Gibraltar al grueso de las fuerzas sublevadas en el protectorado marroquí. Convertido en hombre de confianza de la Marina de guerra republicana, fue ascendido a Oficial 1º, equiparado a capitán, del cuerpo al que pertenecía, desempeñando diversos cargos públicos a lo largo de la contienda, entre ellos el de Subsecretario de Marina y Aire. Al finalizar la guerra se exilió a México, donde permaneció hasta su fallecimiento en 1976.




(1) Extraído de S.B.H.A.C (Sociedad Benéfica de Historiadores Aficionados y Creadores). Galería de héroes republicanos de la Guerra Civil Española.

(2) Telegrafía sin hilos







viernes, 16 de junio de 2017

SÁNCHEZ FERRAGUT, COMANDANTE DEL CRUCERO "ALMIRANTE CERVERA"





Crucero "Almirante Cervera"
(1) Al capitán de navío Sánchez Ferragut le fusilaron en el Arsenal de Ferrol, en el lugar conocido como la Punta del Martillo, a las seis de la tarde del día 25 de Septiembre de 1936. Era el comandante del crucero “Almirante Cervera” cuando se produjo la sublevación en la Base y le fusilaron como le podían haber condecorado con la “Laureada de San Fernando” o la “Militar individual”. Las verdaderas razones por las que le dieron plomo en vez de medallas no las he podido descubrir, pero no creo que ande muy descaminado al decir que los fusilamientos de Sánchez Ferragut y, un mes antes, del teniente de navío Sánchez Pinzón, también del “Cervera”, respondieron a la necesidad que tenían los insurrectos de eliminar a unos testigos incómodos.

Como se sabe, el “Cervera” había entrado en dique para limpiar fondos y efectuar algunas reparaciones menores y trabajos de mantenimiento. Gran parte de la dotación estaba de permiso, no así la oficialidad que, junto con el comandante, permanecían a bordo. De acuerdo con las instrucciones recibidas del Estado Mayor, Sánchez Ferragut ordenó el domingo dieciocho Julio que dos grupos de quince marineros armados, al mando de un oficial, se encargasen de la vigilancia de las puertas de la Constructora y que estuvieran listas dos secciones de dieciocho marineros cada una por si fuera necesaria su actuación en el exterior. Se municionó a la guardia de a bordo y se emplazó un cañón de desembarco en el castillo del buque. En cumplimiento de esas directrices del Estado Mayor, también se inutilizó la radio del buque desmontando tres lámparas y cerrando con llave la cabina.

Visto que el lunes veinte amanecía con normalidad y que los trabajadores de la Constructora y los que se encargaban de las reparaciones a bordo del crucero se incorporaban a sus puestos sin novedad, el comandante del “Cervera” ordenó la retirada de los retenes de las puertas del astillero y del cañón de desembarco. Esa mañana entró de oficial de guardia el teniente de navío Luis Sánchez Pinzón. Hacia el mediodía, Sánchez Ferragut se dirigió a las dependencias del Estado Mayor, donde Vierna había convocado a los comandantes de buques y jefes de cuerpos para proponerles la adhesión a la insurrección. Sánchez Ferragut no se opuso al levantamiento militar, pero expuso su temor a que la dotación del “Cervera” no le obedeciese. ¿Conocería ya Sánchez Ferragut lo que había ocurrido a bordo de los cruceros que habían salido de Ferrol y en el acorazado “Jaime I” cuando los oficiales se habían querido unir a los sublevados? En la reunión que los jefes de la Armada tuvieron a continuación con el vicealmirante Núñez en Capitanía General, a la que parece ser que asistió el comandante militar de Ferrol, general de Infantería Ricardo Morales, Sánchez Ferragut volvió a expresar públicamente sus temores de que la dotación no le siguiese y se amotinase. Fue la única voz discordante en esa reunión, junto con la del coronel Jefe del Servicio de Máquinas Manso Díaz.

Al comandante del “Cervera” también le preocupaba la actitud del contralmirante Azarola y el que no hubiera asistido siquiera a la reunión. Así que cuando caminaba de regreso al crucero decidió hacerle una visita. Es necesario saber que Sánchez Ferragut había sido nombrado Ayudante Mayor del Ministerio de Marina en Abril de 1933, en la época en que Azarola desempeñaba la Subsecretaría del citado ministerio. Pero antes de poder ver al contralmirante, Ferragut se encontró, no se sabe si casualmente o no, con el comandante del destructor “Velasco”, el capitán de corbeta Calderón, quien le acompañó a visitar al contralmirante. Parece ser que, en los planes de la sublevación, el capitán de corbeta Calderón era uno de los encargados de llevar a cabo la detención de Azarola y conducirlo prisionero al destructor. Cabe suponer que de esa entrevista con el contralmirante Azarola, Sánchez Ferragut no saldría más animado a sumarse a la sublevación, sino todo lo contrario. Lo único que trascendió de esa conversación fue que el contralmirante jefe del Arsenal le dejó amplia libertad para llevar el “Cervera” a un lugar más tranquilo y apartado de la Base. Por eso, cuando Sánchez Ferragut llegó a bordo del crucero y se enteró que los obreros de la Constructora acababan de abandonar el buque y paralizado los trabajos que realizaban, dio órdenes al capitán maquinista para que se colocasen todas las piezas de las máquinas de propulsión que se habían desarmado y quedasen listas para cuando se diese agua al dique.

Como ya se ha dicho, en la reunión de jefes con el vicealmirante Núñez, éste había acordado, en vez de declarar el estado de guerra, adoptar el plan “C” de máxima emergencia, encargándose el Estado Mayor de enviar a todos los buques y dependencias instrucciones más concretas. A bordo del “Cervera” se continuaba con las tareas de dejarlo listo para salir de dique cuanto antes y se tomaron algunas precauciones. Así, por orden del comandante, el condestable de cargo procedió a recoger los estopines de los cañones de 15 centímetros y los depositó en el pañol de popa.

El segundo comandante del “Cervera”, capitán de fragata Francisco Vázquez de Castro, estaba en el dique dirigiendo la operación de recogida de anclas y retirada de las planchas de acceso al buque cuando estalló el tiroteo dentro de la Base, que se inició en la zona donde se encontraba el acorazado “España”. Regresaron todos a bordo y el segundo comandante dio orden de que se armase y municionase todo el mundo, como así se hizo. Visto que el tiroteo se generalizaba y se tenía la impresión de que se disparaba sobre el “Cervera”, Sánchez Ferragut ordenó que saliesen del buque y tomasen posiciones defensivas en los alrededores del mismo tres grupos de Marinería, al mando de los tenientes de navío Enrique Seris y José Yusti, y del alférez de navío Martínez Doggio. La guardia militar del buque, al mando del alférez Gilberto de la Riva Rivero, se dirigió a la parte alta del puente para tratar de localizar desde dónde se les hacía fuego y responder al mismo.

En medio de una gran confusión y de un intenso fuego de fusilería, contestando al que se les hacía, pero sin poder precisar exactamente todos los sitios desde donde se les tiraba, sin conocer las causas ni haber recibido las instrucciones del Estado Mayor, se dio orden de cesar de disparar y que todo el personal regresase a bordo. El corneta que salió a tocar el alto el fuego, un muchacho de diecisiete años, fue alcanzado por un disparo y murió poco después. Parte de los marineros del grupo mandado por el teniente Seris, sin atender las órdenes de éste, abrieron la puerta norte de la Constructora y por ella entraron en la Base un gran número de hombres y mujeres. Civiles y marineros se fundieron en abrazos y avanzaron juntos hacia el buque. Subieron todos a bordo dando estruendosos “vivas” a la República y a la Libertad, y en medio del gran tumulto que se formó, se aprovechó para repartir armas a los paisanos.

Tal y como se iban sucediendo las cosas, la impresión que se tiene es que a bordo del “Cervera” nadie estaba bien informado del carácter de los acontecimientos que se estaban desarrollando, tanto en la Base como en el resto de los barcos de la Flota y en todo el país. El comandante y el resto de los oficiales estaban desorientados y sin saber a qué atenerse, como lo prueba el hecho de que, tras estallar el tiroteo, Sánchez Ferragut tratara de enviar dos escritos de su puño y letra dirigidos al almirante jefe del Arsenal, Azarola, y al ayudante mayor, Suances, comunicándoles lo que ocurría y rogándoles le explicaran a qué era debido, al mismo tiempo que les pedía auxilio mutuo. Estos escritos, que no aparecen reproducidos en ninguna parte, no llegaron a su destino porque los marineros que los portaban fueron retenidos por el comandante del “Velasco”, el capitán de corbeta Calderón, que se quedó con los citados escritos.

Por otra parte, entre la tripulación se echaba en falta una dirección revolucionaria que analizase correctamente esos acontecimientos y se enfrentase a ellos de forma resuelta. Al contrario que en la mayoría de los buques de la Armada, en el “Cervera” tardaron mucho en recibir información y consignas de Madrid porque la radio permaneció inutilizada en los momentos decisivos. Esa tardanza y esas dificultades en la comunicación con Madrid fueron un factor decisivo para que tanto el “Cervera” como la Base y los otros buques surtos en ella, y la propia ciudad departamental cayesen del lado nacionalista.

Con el buque ocupado por gente del pueblo y la marinería de la dotación que confraternizaba con ellos y les entregaba armas, Sánchez Ferragut y el resto de los oficiales, pero sólo ellos, se empeñaron en la tarea de recuperar las armas que portaban los paisanos y echarles de a bordo. Al mismo tiempo, trataron de impedir que los marineros saliesen, junto con los paisanos, a luchar a las calles. Haciéndoles frente, se encontraron con el grupo que capitaneaban el cabo apuntador Domingo Lizuain y el paisano Venancio Pérez. Fue entonces cuando se produjo un tiroteo dentro del crucero, entre los oficiales y los componentes de este grupo, a resultas del cual murió de un tiro en la cabeza el segundo comandante, Francisco Vázquez de Castro, y resultaron heridos el propio Sánchez Ferragut, el tercer comandante, capitán de corbeta José Mª Ragel, el alférez Gilberto de la Riva y algunos marineros y paisanos. El comandante y la mayoría de los oficiales se retiraron entonces hacia popa y se refugiaron en la cámara y antecámara del comandante. Custodiando la entrada colocaron una guardia armada formada por unos cuantos marineros de confianza. La marinería y los paisanos se retiraron hacia proa y muchos grupos armados salieron a combatir a los tropas sublevadas en las calles de Ferrol.

A pesar de aquel enfrentamiento y de que el buque estaba en manos de los marineros, auxiliares y maquinistas partidarios del régimen republicano, en el “Cervera” no llegó a formarse un comité que asumiese el mando total del buque. El teniente de navío Sánchez Pinzón y el alférez Martínez Doggio, que habían conducido a un marinero herido a la enfermería, se cruzaron, cuando regresaban a la popa, con grupos de la dotación y trataron de calmarles. Poco a poco, se terminó aceptando la presencia de oficiales en las dependencias del buque. Las disposiciones que se adoptaban se procuraba que contasen con la aquiescencia del comandante. Fueron los oficiales, los maquinistas y los auxiliares navales los que comenzaron a actuar como intermediarios. Incluso hubo un momento en que se pensó en nombrar un nuevo comandante del crucero, barajándose el nombre del teniente de navío José Estrella, del que se valoraba el hecho de haber sido ayudante del presidente de la República. En cualquier caso, la dotación defendía el barco y repelía los ataques, mientras se hacían planes para utilizar los cañones contra los insurrectos. Mediante banderas y por scott se consiguió establecer comunicación con el acorazado “España” antes de que concluyesen los trabajos para poner en funcionamiento la radio.

Comandante y dotación coincidían en la necesidad de dar agua al dique para poner el barco a flote: el comandante pensando en sacarlo de allí y llevarlo a un lugar más seguro y tranquilo de la Base; la dotación, para poder tirar con la artillería de grueso calibre que, sin estar el barco a flote, no puede utilizarse sin correr el riesgo de provocar graves daños en la estructura del buque. El fuego de los sublevados impidió que se llevase a cabo esta maniobra, que no pudo realizarse hasta entrada la noche, cuando el tiroteo cesó casi por completo.

De la apurada situación en que se encontraban los sublevados en la Base en esos momentos puede dar una idea el testimonio del capitán de navío Francisco Moreno, que afirmó que esa noche tuvo que estar esperando dos horas para poder disponer de un camión del Ejército, y otras cuatro horas más, desde medianoche hasta las cuatro y media de la madrugada para poder contar con dos pelotones de soldados de Infantería y Artillería con los que reforzar las defensas de las zonas aledañas al dique donde se encontraba el “Cervera”.

Al amanecer del martes veintiuno, con el buque ya a flote, pero sin poder salir del dique por estar inundado el barco compuerta, se recibió a bordo un escrito sin firma dirigido al comandante o al que hiciera sus veces, en el que se decía que de orden del almirante del Arsenal, si el crucero no se rendía sería bombardeado por la aviación y por las baterías de Montefaro. Esta circunstancia trató de ser aprovechada por la oficialidad derrotista para desmoralizar a la dotación, exagerando el mal estado de la artillería antiaérea del barco y los efectos destructivos de la aviación. Todo lo cual no surtió el efecto buscado, porque consultada la dotación, la respuesta que se obtuvo fue que no se rendía y que permanecía adicta al poder constituido, reanudándose un tiroteo muy intenso. Aparecieron los hidroaviones de la base de Marín que arrojaron pasquines invitando a la rendición bajo amenaza de bombardeo, pero en el “Cervera” ya funcionaba desde hacía horas la estación radio y desde Madrid se les había prometido enviarles una escuadrilla de aviones de la base de León.

El martes veintiuno iba a ser el día decisivo. A las nueve de la mañana, se empezó a hacer fuego desde el “Cervera” con el cañón del 47 y varios disparos más con la artillería gruesa de 15 centímetros, lo que obligó a los sublevados a abandonar algunas posiciones. Volvieron los hidros y bombardearon el buque, aunque con escasos resultados, pues las bombas eran pequeñas y o no dieron en el blanco o no llegaron a explotar. Pero los que no aparecieron ni iban a aparecer nunca eran los prometidos aviones gubernamentales procedentes de León. El cansancio, la ausencia de un mando y unos objetivos definidos, y la persistencia de una situación confusa y bloqueada, junto con el temor a las represalias y el derrotismo que propalaban muchos oficiales, fue influyendo en la parte de la dotación menos concienciada, que ya estaba pensando en cómo entregar las armas.

Arsenal y Astilleros de Ferrol

Imagen: Jeronimo Bouza
Universidad de Barcelona
Un ardid de guerra iba a ser el que inclinase definitivamente la balanza del lado de los sublevados. A la caída de la tarde, se recibió en el “Cervera” un radio que decía lo siguiente: “Imposible enviar aviación, evite efusión de sangre.” Este radio se tomó como enviado por el Gobierno de Madrid porque se había recibido en la misma frecuencia de onda, pero en realidad había sido emitido desde una estación radio de los sublevados, la de Marín, con la finalidad de confundir a los del “Cervera”. En esos mismos momentos, una comisión integrada por personal de la dotación y paisanos se encontraba en la cámara de oficiales reunida con éstos y con el comandante. Entre los miembros de la comisión no había unidad de criterios y se planteaban diversas alternativas. Una de ellas, que parecía contar con mayor número de partidarios, era la de salir con el buque a alta mar. Pero en esos precisos instantes fue cuando entró un cabo radio con el mencionado telegrama copiado en el libro. Este hecho fue el que inclinó la opinión de los presentes a negociar la rendición del crucero. Entonces, el capitán contador del buque, José Ramón Sobredo, procedió a redactar un acta con las condiciones para la rendición, condiciones que en su mayor parte le dictó uno de los paisanos de la comisión. Después de encontrar el acta conforme, fue aceptada y autorizada por el comandante del “Cervera”, Sánchez Ferragut. El alférez de navío Martínez Avial subió entonces a cubierta para izar bandera blanca, pero hubo de retirarla inmediatamente ante la amenaza de dispararle que le hizo el marinero fogonero Pedreira, más conocido entre la tripulación por el apodo de “Coruña”. Fue necesaria la mediación del teniente maquinista López Dafonte para poder calmar al fogonero y que se pudiera volver a izar la bandera pidiendo parlamentar. Salió entonces del barco la comisión encargada de entrevistarse con el almirante jefe de la Base y hacerle entrega de las condiciones de la rendición. La encabezaba el teniente de navío Sánchez Pinzón, que representaba a Sánchez Ferragut, y le acompañaban un auxiliar y dos cabos.

Al verse desde el acorazado “España” la bandera blanca izada en el “Cervera”, mediante señales se preguntó por el motivo de tal decisión. Como la dotación del “España” no estaba dispuesta ni a rendirse ni a admitir la rendición del “Cervera”, enviaron una comisión de marineros encabezada por el maquinista López Amor para enterarse de lo que ocurría. López Amor se entrevistó con el comandante y con los oficiales relatándoles lo ocurrido en el “España”. Se le dio a leer el último radio recibido y se le ofreció que llevara el libro para mostrarlo a la dotación del “España”. Procuraron despedirle con rapidez porque los marineros que le acompañaban y que habían quedado en cubierta estaban a punto de conseguir con sus argumentaciones que la dotación del “Cervera” se volviese atrás y tomase las armas de nuevo.

La dotación del “España” había sido la primera en oponerse por la fuerza a los manejos de sus oficiales para utilizarla en la sublevación. Durante la primera refriega fueron ejecutados o posteriormente perdieron la vida el comandante accidental del “España”, capitán de corbeta Gabriel Antón; el oficial de guardia, teniente de navío Carlos Suances Jáudenes, el teniente de navío Carlos Núñez de Prado y el jefe de la Estación Radio de Ferrol, teniente de navío José Escudero Arévalo. El primero en sospechar que se querían utilizar fuerzas de Marinería del “España” para cubrir los objetivos asignados en los planes de los sublevados fue el oficial 3º de Artillería Dionisio Mouriño, que consiguió impedirlo, pero que poco después resultó muerto de un disparo en el tiroteo que se produjo en la puerta del dique.

De regreso los comisionados al “Cervera” y aceptadas por el almirante jefe de la Base todas las condiciones de la rendición, parte de la dotación y un grupo de paisanos, junto con el comandante, el segundo comandante y algunos oficiales abandonaron el buque. Los marineros fueron conducidos al cuartel de Dolores, mientras que los paisanos, de acuerdo con lo pactado, fueron acompañados por oficiales y auxiliares hasta sus domicilios. El resto de oficiales y auxiliares se trasladaron al Estado Mayor. El comandante Sánchez Ferragut y el tercer comandante se dirigieron primero al Ayuntamiento, y después al Hospital de Marina para ser atendidos de las heridas de bala.

Parte de la dotación y algunos paisanos siguieron a bordo, dueños del crucero. Con las calderas encendidas, el barco-puerta que, empujado por el viento, había dejado libre la salida del dique, no eran pocos los que volvían a pensar en hacerse a la mar después de recoger a la dotación del “España”. Mientras que otros creían que lo mejor era que les enviasen refuerzos desde el acorazado para continuar la resistencia.

Con las primeras sombras de la noche, el capitán de fragata Salvador Moreno, junto con personal técnico del “Cervera”, se acercó a la plancha para subir a bordo y hacerse cargo del crucero. Le dio el alto el fogonero Pedreira que se identificó a Moreno como un marinero armado con fusil. Fue suficiente para hacer recular al capitán de fragata y sus acompañantes que solamente se decidieron a regresar cuando pudieron llevar delante fuerzas de Infantería de Marina fuertemente armadas. Les franqueó entonces la entrada el oficial 3º de Artillería Félix Gómez, que salió a recibirles acompañado de un marinero con una linterna. Se consiguió en ese momento que se entregasen los que permanecían a bordo y el crucero pasó a manos de los sublevados. Al día siguiente, miércoles veintidós, se rendía la dotación del “España” y la Base y la ciudad quedaban en manos de los nacionalistas.

El comandante del crucero “Almirante Cervera”, capitán de navío Juan Sandalio Sánchez Ferragut, prestó declaración ante el juez instructor el sábado día veinticinco de Julio. El día anterior, el auditor José García-Rendueles había ordenado la apertura de una investigación sobre lo ocurrido en la Base Naval, nombrando juez instructor al contralmirante de la reserva Luis de Castro Arizcun. En esta causa, que lleva el número 20/1936, actuó como secretario del juez instructor el comandante auditor José Gómez de Barreda, sustituido posteriormente por el teniente auditor Ramón Figueroa y García Pimentel.

El domingo veintiséis compareció ante el citado juez instructor el teniente de navío Luis Sánchez Pinzón, que era el encargado de Electricidad y jefe de los servicios radiotelegráficos del crucero “Almirante Cervera”. Sánchez Pinzón, que contaba veintinueve años de edad y estaba casado, afirmó en su declaración que cumplió las órdenes dadas por el comandante y segundo comandante en la tarde del domingo diecinueve de cerrar, pese a estar averiada, la estación radio e inutilizarla tanto para la transmisión como para la recepción. Pero, más adelante, seguramente que para evitar que fueran procesados los auxiliares y cabos de la misma, aclaró que la llave de la estación y las lámparas que se habían desmontado habían sido entregadas sin coacción.

“Sin coacción”, a eso se agarraron para declararle procesado y ordenar su prisión incomunicada en el vapor “Plus Ultra”, uno de los buques habilitados en Ferrol como cárcel provisional. De nada le sirvió a Sánchez Pinzón solicitar al almirante jefe de la Base, Indalecio Núñez, que ordenase la revocación del auto de procesamiento de acuerdo con las bases para la entrega del “Cervera”, aceptadas por el almirante, cuyo primer punto decía: “Este Crucero se rinde siempre que no se tome represalia alguna contra la dotación del mismo.” Ni tampoco fue de gran ayuda la esmerada y minuciosa defensa llevada a cabo por el abogado ferrolano Camilo Estripot Tenreiro.

El día veinte de Agosto se celebró el consejo de guerra en la sala de justicia habilitada en la Jefatura del Estado Mayor. Bajo la presidencia del vicealmirante Tomás Calvar Sancho, formaron el tribunal los contralmirantes José M. Franco de Villalobos y Victoriano Sánchez-Barcáiztegui Acquaroni, el coronel de Infantería de Marina Serafín Liaño Lavalle y los capitanes de navío Francisco Bastarreche Díaz de Bulnes y Angel Fernández Piña. El vocal ponente fue el teniente coronel auditor Jesús Cora y Lira, y el fiscal, el ya citado coronel auditor Luciano Conde Pumpido.

El teniente de navío Luis Sánchez Pinzón fue condenado a pena de muerte bajo la acusación de “desobediencia a un superior al frente de rebeldes y sediciosos”. Dos días más tarde, una vez recibido el “enterado”, fue pasado por las armas a las cinco y media de la tarde en la Galería de Tiro del Parque del Arenal de la Base de Ferrol. Natural de Morón, en la provincia de Sevilla, Luis Sánchez Pinzón estaba casado y tenía veintinueve años.

El capitán de navío Juan Sandalio Sánchez Ferragut, comandante del “Cervera”, fue procesado por orden del auditor de la Base, García-Rendueles, tras prestar declaración como testigo en numerosas ocasiones. Hasta la celebración del consejo de guerra permaneció preso e incomunicado a bordo del “Plus Ultra”. El fiscal Luciano Conde Pumpido solicitó el día ocho de Septiembre, en sus conclusiones provisionales, modificadas durante la celebración del consejo de guerra, la pena de muerte para Sánchez Ferragut, al que acusaba del delito de traición. Sánchez Ferragut había nombrado defensor al capitán de fragata Angel Suances Piñeiro. Suances, según él mismo afirmó, no era proclive a aceptar esta defensa y, previamente, consultó con sus superiores. No obstante, realizó una hábil y concienzuda argumentación, y solicitó para su patrocinado la libre absolución.

El día once de Septiembre, en dependencias de la Jefatura de la Base Naval de Ferrol se celebró el consejo de guerra sumarísimo contra el comandante del crucero “Almirante Cervera”. El tribunal, por orden del auditor de la Base, estaba formado por las mismas personas que habían condenado al teniente de navío Sánchez Pinzón. La condena dictada por el tribunal contra Sánchez Ferragut fue la misma: pena de muerte. Pero en este caso no hubo unanimidad entre los miembros del tribunal. Su presidente, el vicealmirante Tomás Calvar Sancho, y el vocal, capitán de navío Francisco Bastarreche, formularon un voto particular por estimar que debía ser condenado a reclusión militar perpetua.

También disintió del fallo del consejo de guerra el auditor de la Base, pero en sentido opuesto. García-Rendueles, en su preceptivo dictamen dirigido al vicealmirante jefe de la Base, y después de varios “considerandos”, “estima que no procede aprobar el fallo dictado por consejo de guerra, y que al procesado, capitán de navío Juan Sandalio Sánchez Ferragut, debe ser reputado autor de los siguientes delitos de traición castigados en el artículo 116 del Código Penal de la Marina de Guerra:

1º.- El de pasarse al enemigo; al cual estuvo dirigiendo y en representación del que pactó la rendición del buque (número 1º de dicho precepto legal).

2º.- El de la entrega del buque a los rebeldes (nº 4º).

3º.- El de sostener –por radio- correspondencia o inteligencia directa con el enemigo sobre operaciones de guerra (nº 8º).

En consecuencia, juzga que debe ser condenado a pena de muerte.”

El vicealmirante Indalecio Núñez, al dirigirse al presidente la Junta de Defensa Nacional para comunicarle la sentencia del consejo de guerra, expuso las sucesivas variaciones en la interpretación de los hechos que se imputaban al acusado, tanto por parte del fiscal, como por el propio tribunal y el disenso del auditor, y propuso la continuación de las actuaciones por el procedimiento ordinario.

Sería el propio Emilio Mola, general jefe del Ejército del Norte, el que zanjase la cuestión mediante un decreto emitido en Valladolid el día diecisiete de Septiembre, en el que se confirmaba la pena impuesta en el consejo de guerra. El capitán de navío y comandante del crucero “Almirante Cervera”, Juan Sandalio Sánchez Ferragut, fue fusilado en la punta del Martillo, en el Arsenal, a las seis de la tarde del veinticinco de Septiembre. Dejaba esposa, que estaba ciega, y cuatro hijos.

Las actuaciones represivas de la justicia militar nacionalista contra la tripulación del “Cervera” se prolongaron hasta el final de la guerra y la causa que las contiene quizás sea la más extensa y farragosa de todas las instruidas en ese período.




(1) Extraído de "Muertes Paralelas". Autor: Marcelino Laruelo. (Gijón 2004). Extracto publicado en "Asturias Republicana"